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Leer es un riesgo que pretendo correr.
No con fines de muerte.
Si no con ganas de extraviarme en mundos fantásticos.
Hoy viajo hacia ciudades descritas por personas que nunca conocí.
Algunas innominadas calles vistas desde bólidos a toda máquina.
Con olor a anaquel. A viejas hojas apareadas en el silencio.
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Es mediodía y tengo de cómplice a un tal Vargas Llosa en París. Habla mucho sobre una Niña camaleónica y Ricardo, el niño bueno. Pobre muchacho,está enamorado.
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Hace dos días, el fantasma de un portugués apellidado Saramago me dejó
en aquel edificio deteriorado donde una mujer en el quinto piso miró al cielo custionándose su futuro.
Recuerdo que después cerró los ojos. La mujer lloró en silencio, allá arriba.
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Ya hace un mes escuché las obscenas palabras de un viejo sucio y enorme que, con voz grave, parecía describir lo ínfimo de la vida.
Repetía constantemente: "No lo intentes, estúpido. No lo intentes"
Le alcance otra botella para que continuara con el recital.
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Estuve de paso por Londres. Desgastando mis zapatos en el siglo XIX. Salí a toda prisa del 221B de la calle Baker Street. Me sentí ahogado tras correr e intentar seguir el ritmo a ese tipo de perfil aguileño. Desapareció el señor Holmes.
Pero, viera usted como logra encontralo a uno.
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Es extraño pero apasionante. El tiempo de un mes y en tantos lugares. De viaje en viaje. Caminando por senderos imaginarios. Productos de las misteriosas argucias de la mente. Aún tengo otros pasajes listo para ser usados.
Me esperan en otros puertos, ciudades, aldeas, guerras, hogares y, sobre todo, aquellas hojas. Solitarias y enmudecidas por el tiempo.
Es como beber vino, solo tú sabes que es lo que te puede hacer.
12/1/11
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