El último silencio fue tan misterioso. Quedé perplejo. Dejamos de hablar casi al mismo instante que lancé de inmediato el celular al sofá. Las llaves de la puerta de salida aguardaban como siempre sobre el refrigerador. Aún no terminaba de salir de mi asombro, estaba confundido y emocionado. Para no acobardarme de lo que estaba por hacer, baje a toda prisa las escaleras y salí. Era de noche y una suave llovizna me recibió. Me encantaba los días como esos, fríos, cielo grisáceo, sin nada que apreciar. Me sentí más cómodo por el cordial recibimiento que me dio la naturaleza, comencé andar a pasos largos, pero no corría.
Mi ropa empezaba a humedecerse, sin embargo no se notaba, habitualmente vestía con prendas oscuras. Siempre caminaba con las manos dentro de los bolsillos, evitaba mirar a las personas y saludarlas, eso me jodía. Aunque pasar desapercibido no era una de mis virtudes. Por aquel suceso insólito y vergonzoso que me dió una fama mediocre por ser el niño más prematuro de mí calle.
Mi ropa empezaba a humedecerse, sin embargo no se notaba, habitualmente vestía con prendas oscuras. Siempre caminaba con las manos dentro de los bolsillos, evitaba mirar a las personas y saludarlas, eso me jodía. Aunque pasar desapercibido no era una de mis virtudes. Por aquel suceso insólito y vergonzoso que me dió una fama mediocre por ser el niño más prematuro de mí calle.
Caminaba de memoria por la ansiedad que traía. Cogí el sendero más corto y rápido. Odiaba ser impuntual, también ser tan impaciente. Iba fantaseando cómo reaccionaríamos, alucinaba lo que diríamos al reencontrarnos, por momentos lo susurraba, pero callaba al instante por miedo a que alguien me escuchara. Y me reía de mí mismo. Una intensa felicidad albergaba mi ser.
Su casa no quedaba tan lejos de la mía. Yo literalmente me cagaba de miedo cada vez que iba a buscarla. La autoridad paterna que imponían dentro de su hogar era casi militar. Al menos en ese fuerte tenía varios aliados. Su madre me conocía. Aunque nunca crucé palabra alguna con ella personalmente. Sabía que le caía bien por comentarios que había oído sobre mí. También, sus hermanos cada vez que me veían me trataban cordialmente, aunque con cierta indiferencia.
Llegue a pocas cuadras de su casa. Me di cuenta que traía mucho tiempo de sobra. Prendí un cigarro y le di varias chupadas. Caminé en círculos. Al fiel estilo de un can que trata de dar una siesta. Meditaba mucho. Me acobardaba por instantes y deseaba salir huyendo. Esconderme debajo de mi cama como cuando era un púber y le temía a las figuras grotescas que aparecían en la oscuridad. No seas tan cabro, me dije y me di valor. Pasé por cuarta vez frente a su casa. Hasta que decidí tocar la puerta.
Me temblaban las piernas. Su barrio siempre era solitario. Muy desierto. El silencio que imponía la calle alentaba mucho más mi miedo. Toqué el timbre un par de veces, espere que saliese por el ruido hiriente que causo el ding-dong aquel. Agache la mirada. Ella mi me vio desde lo alto de su ventana. No dijo nada. Me sudaron las manos, era signo de que estaba muy nervioso.
Su casa, no tan grande, era de color verde claro. Tenía pocas ventanas y una puerta de madera ornamentada. Escuche sus pasos, eran lentos. No la veía desde hace cuatro meses, pero yo sentí que hubiese sido ayer. Todos los días pensaba en ella.
Una silueta se acercaba cada vez más al umbral, el reflejo de su sombra aceleró mis latidos, me ponía más exaltado.
Abrió la puerta y quedé pasmado ante su lúgubre mirada, su sonrisa había sido borrada por una morisqueta seria e indolente. Ensimismada, con los brazos cruzados apretando su pecho, evito mirarme y guardo un interminable silencio. Me acerqué a ella y traté de buscar el inicio de un saludo y fallé en mi intento.
Me volvió a evitar y fulminó mis falacias emocionales en un instante. Me acongojé tanto que sentí su odio y dolor.
Se agachó y volteó con tanta parsimonia a recoger algo que tenia atrás de la puerta, que temí una huida inesperada por parte suya. Miró al vació y estiró entre sus manos una bolsa oscura y me susurró sin claridad, Toma, ten.
Mis latidos llevaban un ritmo muy acelerado, mi peor pesadilla desfilaba frente a mis ojos. Yo ciertamente sabía lo que contenía esa bolsa. Me enoje mucho. Era un rencor afligido que se propagaba dentro de mí. Brotaba por saber que no era más que un recuerdo olvidado, al igual que todos esos objetos que para ella cumplieron un valor significativo. Yo ya no encarnaba nada para ella.
Enterré la mirada en el asfalto, aguante mis lágrimas. No quería derrumbarme ante su indiferente presencia. Giré y al compás de un acorde agónico, di pequeños pasos hacia atrás. Mi pasión fue quebrantada de la manera más fulminante. Los ángeles de la muerte aullaban mi nombre a gritos. Pero como un llamado redentor, oí mi nombre. Los sentidos se me agudizaron cual fiera atenta al momento previo de la caza. Un pequeño fulgor de esperanza broto en mi pensamiento obstinado. Cruel fue mi sorpresa al ver entre sus manos una foto ajada que adornadas de sus lacerantes palabras me decían, llévate esto también. La guardé en mi bolsillo posterior y como criminales culposos huimos de la escena del crimen sin decirnos adiós.
Aquella calle me vio llorar por primera vez, mis lágrimas decoraban el pasaje más infausto que me toco vivir. Aún llovía y sabía que mi primer y único amor había terminado. Pero no sabía por qué.
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